“¿Por qué me disgusta tanto esta supina chorrada?”, me preguntaba yo, después de ver que 1) el Chiki-Chiki arrasaba en las votaciones de internet y 2) que el chiki-chiki arrasaba en las votaciones vía sms en la gala “Salvemos Eurovisión”. Anteayer llegué a la conclusión: por las personas de las que se ha burlado. El bufón se ha de reír de los dirigentes, petulantes, pedantes, arrogantes, famosos, poderosos y otros -osos y otros –antes que se merezcan la sátira, pero no de la gente corriente y moliente, que ni pincha ni corta ni ná. Y eso es lo que ha acabado pasando: el chiki chiki realmente no se ha burlado del circo eurovisivo sinó más bien de los que se han presentado al concurso; de un grupo de gente, que te pueden parecer mejor o peor, pero que se presentaba, en la mayoría de los casos, con ganas e ilusión.
Póngamonos en antecedentes. TVE abre un concurso para escoger al representante de España en Eurovisión vía Myspace, para que participe todo aquel que quiera, la gente los escuche y vote al/los que más le guste/n. Enseguida un montón de grupos y cantantes, tanto profesionales como aficionados, se presentan. Al principio estuve siguiendo el proceso como fórmula para pasar el rato, especialmente las absurdas e hilarantes polémicas que se iban generando en los foros, defendiendo a un candidato, defenestrando a otros, tachando de mentirosos y tramposos a los de más allá y exigiendo con vehemencia transparencia en el proceso. Entrañable. Me gustaba la idea de que ganara La Casa Azul, aunque no especialmente, porque tampoco es uno de mis grupos preferidos, precisamente. Pero entonces apareció el Chikilikuatre cual elefante en cacharrería y lo trastocó todo, como un virus invasor en una fiesta a la cual no había sido invitado. Una broma creada por la factoría El Terrat, porque, decían, lo de Eurovisión “es cutre”. Me imagino a sus creadores en plan “¡Ja, ja, pero qué guays, qué enrollados y qué subversivos que somos!” Obviamente, todo debidamente publicitado por el programa de Buenafuente. El fenómeno me produjo más bien indiferencia, pero a medida que iba escalando posiciones, merced a una intensa campaña orquestada desde el programa de La Sexta, el gesto se me iba torciendo. Quedó el primero, claro. Cuando se conocieron los cinco candidatos que iban a participar en la gala, Guille Milkyway hizo un comunicado sobre su participación en Eurovisión, y ya me pasé definitivamente a su causa: él veía Eurovisión como algo romántico, un ideal al que ahora casi se acercaba; un mundo de maravillosas canciones pop y yo, que soy una sentimental y también tengo un corazón pop, no pude menos que caer rendida ante la inocencia y el entusiasmo de sus palabras. Vale, no soy fan de La Casa Azul, pero comparto su visión sobre la música pop, su reivindicación de un universo que a algunos les parecerá ñoño y naïf pero que es maravilloso. Este fue el punto de inflexión. Quizás tendría que haber pensado que todos los que se presentaban no eran más que pobres ilusos, que haberse espabilado antes, que se tendrían que haber imaginado que algo así acabaría ocurriendo y que eran patéticos en sus intentos por destacar. Pero es que eso no lo puedo pensar. Soy una sentimental, ya lo he dicho.
En resumen, así se planteaba la batalla: cinismo contra romanticismo. Y ganó el cinismo.
Como fenómeno, el chiki-chili me parece falso. Me hubiera parecido una broma genial si RTVE española hubiera usado la dedocracia para escoger a los candidatos y el Chikilikuatre se les hubiera colado subrepticiamente. Me hubiera parecido una buena coña si lo hubiera lanzado un bromista anónimo y hubiera ganado por apoyo popular espontáneo. Incluso si, siendo una creación del propio Buenafuente, hubieran mantenido en secreto su procedencia y no lo hubieran publicitado, para así ver cómo reaccionaba el público y si le votaban sin mediación del programa. Pero no se ha jugado limpio. Han puesto en marcha una inmensa campaña mediática a la que no tenían acceso el resto de participantes: toda La Sexta apoyando al chiki-chiki, toda una maquinaria de politonos a la cual, el público ha respondido jiji-jaja. De hecho, llevo casi una semana sin ver el “Sé lo que hicisteis”, que es mi programa preferido, por no tragarme más chiki-chikis en sus múltiples variantes. Sí, David Fernández es un cómico como la copa de un pino, pero la broma me parece floja; el típico chiste que con un poco de uso pierde la gracia, así que imaginaos lo gracioso que va a ser de aquí a mayo, en el que vamos a tragar chiki chiki hasta la náusea. Los chicos del Terrat se lo podrían haber currado más, la verdad.
En definitiva, insisto, no es que se hayan burlado de Eurovisión; se han burlado de los participantes, que, con mejor o peor nivel, si que tenían ilusión por presentarse y así han logrado dos cosas a) que RTVE no haga ningún concurso abierto para el año que viene o b) si hacen concurso abierto, que ningún artista o particular se presente, porque aparecerá cualquier subproducto auspiciado por cualquier cadena que acabará arrasando y tengamos que asistir a un combate de a ver quién presenta el engendro más ridículo (eso si es que hay año que viene, claro).
No voy a entrar en sesudos análisis sobre la era de la participación en internet (la falsa participación: triunfan las apuestas conocidas y publicitadas, pero lo minoritario sigue siendo minoritario), el borreguismo y otros bla-bla-blas ni voy a considerar la calidad de la canción. Lo que yo considero es que han reventado el concurso y la idea de ‘participación’. Por mucho que nos hayan hecho creer que ha sido la libre votación del público la que ha decidido, lo cierto es que han contado con unos medios que no tenían el resto de los participantes. Los que han acabado votando no era el público natural al que iba dirigido «Salvemos Eurovisión», sino ése al que el certamen le interesaba más bien poco o nada. No ha sido el triunfo de lo “incorrecto”, tal como pregonan sus artífices, sino más bien del guayismo mal entendido. No me convencen los argumentos tipo “es divertido, ¿qué más da?”, “Eurovisión hace mucho tiempo que es una frikada y está obsoleta” o “no hay que tomárselo en serio”. Yo aquí no hablo ni del sentido de la pervivencia del festival de Eurovisión ni de criterios musicales (aunque confieso que sí, para que lo voy a negar, me gustaba la idea de ver un certamen donde lo importante fueran las canciones), sino de cómo se ha pervertido el sentido de la participación de este concurso y cómo se han defraudado las expectativas de los concursantes, que se han visto perjudicados sin merecerlo. Que hagamos el ridículo o no, francamente me da igual; el ridículo en Eurovisión ya lo hemos hecho otras veces. Lo malo es que encima pasaremos desapercibidos entre tanto freakismo de postal y tanta bizarría. Quizás se rice tanto el rizo que al final Eurovisión acabe volviendo al pop. Quién sabe.
PS: Otra visión totalmente opuesta del fenómeno aquí: la opinión del padre del invento.